Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra.
Simone de Beauvoir.
Simone de Beauvoir.
A tomar con naturalidad la noticia de que el ADN analizado por el FBI de Nora Dalmasso y de la escena del crimen corresponde a su marido, diciendo “era cantado”. Y nada…
A asumir como “pasión” o “amor sin frenos”, que este pibe acuchillara a su novia y a la madre de ella que intentó defenderla…
A que Mirtha Legrand hable de la Ley de Medios durante dos programas seguidos, cuando aclara antes de empezar a hablar que no la leyó “porque es un mamotreto”. Pero igual habla… Y una audiencia adormecida escucha aún a sabiendas…
A un ex – gobernador de la Provincia de Buenos Aires, copiando a la diva, explicándole profusamente a un movilero por qué está en contra de la Ley en cuestión, pero aclarando ante una pregunta concreta sobre el articulado que en realidad no la leyó. Podría haberlo dicho antes de empezar a guitarrear, pero no porque se ve que le gusta el folklore.
Al mismo sujeto que dice defender la institucionalidad, gritando desde un palco en Quilmes que el actual gobernador es “un nabo”. Yo quiero exigir apreciaciones de tono político.
No quiero acostumbrarme a que algunos sectores de izquierda habiliten a la derecha con sus búsquedas permanentes de represión. Estoy harta de escucharlos arrepentirse veinte años después de que se mandaron una de esas que paga el pueblo trabajador. La revolución no comenzará pidiendo alcohol en gel, ni suspendiendo actividades por una “peste” que es muy probable hayan desencadenado laboratorios multinacionales que buscan vender la droga específica que ya producen.
Tampoco quiero acostumbrarme a los shows televisivos anti-corrupción, como el que me presenta a un Macri implacable en la sanción de una Jueza y en la reivindicación de dos empleadas que “cumplen con su deber”.
Porque no me trago esto de que cada vez que se habla de corrupción, lo único que encuentre la Justicia sean mujeres. Por una cuestión de proporciones, nada más.
Para simplemente no acostumbrarnos a que hubo sólo tres corruptos – en verdad corruptas- en la función pública: María Julia Alsogaray, Felisa Miceli, ahora esta Jueza.
Porque sería realmente acostumbrarme al escándalo, y por lo tanto escandaloso, no asumir que el horrendo abuso de poder en el que incurrió la funcionaria no es excepcional. Prefiero seguir creyendo que es la regla, y que los hombres en el poder practican entre sí una “fraternidad” que jamás deja salir a la luz sus abusos.
También me resulta escandaloso verme representada como mujer por congéneres que están alteradas, místicas, desbordadas, alienadas por el miedo a envejecer, aterradas por dejar de estar en el centro del escándalo. Quiero desacostumbrarme a la naturalización de la inestabilidad emocional de mi sexo.
Me resulta escandaloso también escuchar por los medios enumerar los bienes a que tenían acceso unos presos vip de Ezeiza. Con comas separando unos de otros –como si se tratara de elementos equivalentes: “computadoras, teléfonos, módems para conectarse a internet, dinero, alicates, prostitutas”.
Al escándalo también de ver en cada pobre un presunto delincuente, y a alguien que vive en un barrio cerrado y amasó fortuna en cinco años como un ser que “tomó buenas decisiones”.
A no investigar quién habla y desde dónde.
Cuando uno se acostumbra al escándalo, naturaliza todas y cada una de las barbaridades con que se enfrenta a diario. Es escandaloso.
A asumir como “pasión” o “amor sin frenos”, que este pibe acuchillara a su novia y a la madre de ella que intentó defenderla…
A que Mirtha Legrand hable de la Ley de Medios durante dos programas seguidos, cuando aclara antes de empezar a hablar que no la leyó “porque es un mamotreto”. Pero igual habla… Y una audiencia adormecida escucha aún a sabiendas…
A un ex – gobernador de la Provincia de Buenos Aires, copiando a la diva, explicándole profusamente a un movilero por qué está en contra de la Ley en cuestión, pero aclarando ante una pregunta concreta sobre el articulado que en realidad no la leyó. Podría haberlo dicho antes de empezar a guitarrear, pero no porque se ve que le gusta el folklore.
Al mismo sujeto que dice defender la institucionalidad, gritando desde un palco en Quilmes que el actual gobernador es “un nabo”. Yo quiero exigir apreciaciones de tono político.
No quiero acostumbrarme a que algunos sectores de izquierda habiliten a la derecha con sus búsquedas permanentes de represión. Estoy harta de escucharlos arrepentirse veinte años después de que se mandaron una de esas que paga el pueblo trabajador. La revolución no comenzará pidiendo alcohol en gel, ni suspendiendo actividades por una “peste” que es muy probable hayan desencadenado laboratorios multinacionales que buscan vender la droga específica que ya producen.
Tampoco quiero acostumbrarme a los shows televisivos anti-corrupción, como el que me presenta a un Macri implacable en la sanción de una Jueza y en la reivindicación de dos empleadas que “cumplen con su deber”.
Porque no me trago esto de que cada vez que se habla de corrupción, lo único que encuentre la Justicia sean mujeres. Por una cuestión de proporciones, nada más.
Para simplemente no acostumbrarnos a que hubo sólo tres corruptos – en verdad corruptas- en la función pública: María Julia Alsogaray, Felisa Miceli, ahora esta Jueza.
Porque sería realmente acostumbrarme al escándalo, y por lo tanto escandaloso, no asumir que el horrendo abuso de poder en el que incurrió la funcionaria no es excepcional. Prefiero seguir creyendo que es la regla, y que los hombres en el poder practican entre sí una “fraternidad” que jamás deja salir a la luz sus abusos.
También me resulta escandaloso verme representada como mujer por congéneres que están alteradas, místicas, desbordadas, alienadas por el miedo a envejecer, aterradas por dejar de estar en el centro del escándalo. Quiero desacostumbrarme a la naturalización de la inestabilidad emocional de mi sexo.
Me resulta escandaloso también escuchar por los medios enumerar los bienes a que tenían acceso unos presos vip de Ezeiza. Con comas separando unos de otros –como si se tratara de elementos equivalentes: “computadoras, teléfonos, módems para conectarse a internet, dinero, alicates, prostitutas”.
Al escándalo también de ver en cada pobre un presunto delincuente, y a alguien que vive en un barrio cerrado y amasó fortuna en cinco años como un ser que “tomó buenas decisiones”.
A no investigar quién habla y desde dónde.
Cuando uno se acostumbra al escándalo, naturaliza todas y cada una de las barbaridades con que se enfrenta a diario. Es escandaloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario