jueves, 19 de febrero de 2009

Libertades y garantías.

No hace mucho, una Senadora Nacional dijo que el problema del país era que la Justicia era “demasiado garantista”.Me horrorizó el “demasiado”, me horrorizó el contexto - se hablaba de la baja de edad de imputabilidad de los niños- y me horrorizó que la mayoría de los habitantes de la patria que se expresaban mandando mensajes a las radios o escribiendo cartas de lectores estuvieran de acuerdo con tener un Poder Judicial menos benévolo.
Caceroleaban, junto con la clase media, pidiendo ora los ahorros, ora mano dura. Son los cacerolazos de, al decir de una gran amiga, la clase a medias: esa clase en la que siempre pecamos por no comprender de que lado hay que estar. O, al decir de Copani, los de cacerolas de teflón.
La semana pasada hubo en nuestro país un exceso de garantías. Pero no quedó libre por falta de sentencia y preventiva muy extensa un tipo que había violado tres mujeres. Ni otro que había matado a dos en una reyerta callejera. Ni el que había asaltado una farmacia desesperado por no tener con que llevarle un antibiótico a un hijo. Los que quedaban libres era genocidas: gente que torturó, robó, violó y mató a miles de compatriotas y a todas las generaciones posteriores de argentinos que hoy sufrimos las consecuencias del neoliberalismo que instauraron como modelo de sociedad occidental y –sobre todo- cristiana.
Escuché la noticia en el auto y empecé a mirar a mí alrededor, a todas las personas que podrían compartir mi desazón. Ni un bocinazo, ni un golpe a un tacho, todos anestesiados.
Contactos instantáneos con el doctor pirulo, el doctor getoni y el juez chupate-esta-mandarina: que el código de procedimientos es tal que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario y que si lo contrario no se demuestra ya se sabe, que nos pongamos de ladito para la comodidad de Vuestras Señorías.
Dos tristezas profundas por el precio de una: por un lado, ver que como sociedad perdimos capacidad de reacción, que a veces parecemos no comprender la magnitud de los hechos.
Por el otro, asistir al fracaso de muchos de los profesores que forman a nuestros abogados, que no son capaces de hacerlos ver y comprender que las normas deben cumplirse –obviamente- pero aplicadas por personas con capacidad de discernir y en última instancia hacer justicia.
La picardía criolla de patear la pelota para adelante para hacer tiempo y lograr por subterfugios que las cosas sean como no deben ser, me parece que no debería aplicar para estos casos. Será Justicia.


Prof. Delia Añón Suárez.

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