¿Sombras nada más?
Hace un par de años
una conocida de muchos años, muy querida, poco lectora en general, me
comenta que estaba atrapada por la lectura de una tríada de libros que “vos-
Delia- tenés- que- leer”.
La afirmación me causó intriga: siempre celebro que haya
algún material que atrape a las mayorías poco lectoras. Así comenzó mi contacto
con las Cincuenta Sombras de Grey.
Preguntando precios, decidí que mi voluntad no daba para
tanto, así es que bajé los tres libros a mi e-book.
Desde el vamos algo llamó mi atención: muchas personas me
preguntan con frecuencia qué estoy leyendo. Cuando respondía “Cincuenta Sombras
de Grey”, si mi interlocutor era en realidad interlocutora, me respondía con un
pequeño alarido de alegría que “está buenísimo”, agregando después “que
suertuda”, “mirá el tipo que se consiguió”, “es como un sueño”…
A poco de empezar no entendía bien tanto entusiasmo. Al
avanzar, menos. Promediando la lectura del tercer libro “Cincuenta sombras
Liberadas” mi falta de comprensión se volvió terror. Terror al ideario que aún
hoy persiste en nosotras las mujeres acerca de qué es/debe ser el “amor”.
El pibe es un guapísimo
millonario/psicótico/neurótico/perversito. Y conoce a Anastasia. Una joven
estudiante de Periodismo relajada/de poco arreglarse/sencilla. Sí, una
cenicienta aggiornada. Hasta aquí.
El protagonista se inclina por prácticas sexuales extrañas
para la joven, y que la hacen sentir miedo/vergüenza/humillación/incomodidad.
Cuando manifiesta su desconcierto, descontento o disgusto;
él le regala cosas absolutamente por fuera de las posibilidades económicas de
ella. Cosas que su amiga, su madre, o ella misma interpretan como señales
inequívocas de “amor”. Se terminan casando, en una extraña revitalización del
avenimiento.
En el devenir de la historia, ella va dejando todo por estar
con él. Hasta termina trabajando bajo su supervisión.
Se va sintiendo una elegida, justifica todos sus defectos en
el modo de relacionarse con los demás y con ella misma. Justifica también su
visión de las mujeres en general, que es de una profunda misoginia. Acepta que
todas las mujeres que lo han rodeado son locas, maléficas, perversas,
siquiátricas.
Una belleza.
Ahora mi pregunta con desazón: ¿qué es lo que hace que
millones de mujeres en el mundo suspiren con estas lecturas?
¿Qué resortes de algunas subjetividades femeninas se
disparan ante una literatura – de pésimo nivel – que nos coloca a todas las
mujeres en el lugar de sumisas/putas/prostituidas/violentadas/perseguidas?
¿Cómo se puede colegir de esta historia que Anastasia
aceptaba desde la libertad más absoluta sus encuentros sexuales con el bello
protagonista?
¿Por qué Anastasia se la pasa tratando de entender el porqué
de sus reacciones buceando en sus traumas de la infancia, poniéndose más en el
papel de acompañante terapéutica que en de compañera o pareja?
Miles de preguntas que no puedo responder, porque cuando las
planteo ante las lectoras entusiastas me conminan a relajar y no darle tantas
vueltas a una historia que “es sólo para divertirse”.
Lo que estas congéneres no perciben es que, en realidad, a
muchas no nos resulta divertido dejar de intentar dar vuelta – no esta historia
– sino todo el andamiaje discursivo del patriarcado.